De familia de agricultores, Esther ha vivido muy cerca la realidad del campo en la que ha aplicado sus conocimientos como ingeniera agrónoma y su implicación con el medio ambiente.
Coincidí con Esther Ciria en 2009, en un programa de antenas rurales en el que nos contrataron para trabajar en zonas territoriales distintas. De formación agrónoma, Esther probó eso del trabajo de dinamización territorial rural como agente de desarrollo local y como técnico en los Grupos Leader, pero su tendencia vital la llevó en 2011 a constituirse como autónoma y trabajar en lo que más la definía vocacionalmente.
Esther y su marido Joaquín Castillón son agricultores y productores agroalimentarios ecológicos en la provincia de Huesca. Desarrollan parte de su profesión en Apiés, pueblo natal de Esther, donde cultivan tierras y en Castillazuelo, un municipio del Somontano de unos 200 habitantes en el que han establecido su hogar, la crianza de sus dos hijos y donde ejercen con pasión gran parte de su profesión.
Visito a Esther en este pueblo, Castillazuelo. Me recibe junto a su casa. Han pasado probablemente más de diez años desde la última vez que nos vimos, pero ambas nos hemos seguido la pista por redes sociales. Si tuviera que definir a Esther en base a esa entrevista, al rato que estuvimos juntas, diría que es una entusiasta de su profesión. Una apasionada y como tal, ferviente curranta, reflexiva con lo que hace y cómo lo hace; crítica, pero valiente y consecuente y una enamorada de la agricultura respetuosa con el medio ambiente.
Nuestra primera parada es en la bodega que pusieron en marcha en 2015. Una instalación pequeña, con paredes originales de adobas, de autoconstrucción a base de recursos propios.
En sus instalaciones elaboran entre 4000 y 8000 litros cada añada, el resto de uva que les dan las 15 hectáreas que cultivan de tempranillo, cabernet, merlot, parraleta y shiraz la llevan a Viñas del Vero.
Junto a la bodega se encuentra otra instalación antigua cuyos elementos hablan de ese pasado reciente y una forma de elaborar adaptada a las condiciones del terreno. En el techo abovedado y subterráneo, algunos de sus ladrillos llevan la marca o la firma de quien los elaboraba.
La tradición vitivinícola de esta zona está muy arraigada y ha sido parte del genoma de cada familia que vivió en estas tierras. Elaboraron vino siempre. Luego llegaron las técnicas, las mediciones y la sofisticación, pero el saber era un legado propio, transmitido de generación en generación.
De la bodega nos trasladamos a una de las viñas. A la orilla del campo se alza una carrasca señorial con una escalera de madera apoyada en su tronco. Es el acceso que estos padres le hicieron a sus hijos para facilitarles el juego y la ilusión de tener una casa en un árbol.
A mis expresiones de admiración, Esther las acompaña con otras. A pesar de los años, sigue disfrutando de las vistas del Pirineo desde sus campos. Me describe cima a cima dedo en alza. Tenemos la suerte de verlos nevados. Y en la viña, al caer el sol en una fría, pero también preciosa tarde de diciembre, Esther despliega sus conocimientos de ingeniera agrónoma. Es una maravilla escucharla y aprender cómo están aplicando técnicas de poda nueva “La garnacha es frágil, se agrieta. Buscamos que la savia circule por todas las ramas” o la realidad diversa y rica del suelo de esa viña, cuidado y mimado como parte de un todo.
De las variedades de vino que elaboran, el blanco procede de un macabeo antiguo que recuperaron de cepas adaptadas al terreno. “El vino te lo da la uva”, me comenta Esther. Me cuenta, además, que su rosado lo elaboraron cómo lo hacían antes, cómo lo hacían sus padres. Aquel vino denominado clarete.
Junto al vino, el aceite Casa Paul procedente de variedades empeltre y verdeña. Ecológico, por supuesto, y en varios envases para facilitar la venta y el acceso a los diferentes clientes. Porque la clave de esta familia y de la mayoría de aquellas que viven de la agricultura en la zona, es la diversificación. Vivir de un solo cultivo es casi imposible, por eso, a la vid y al olivar, Esther y Joaquín añaden almendros y el cultivo de cereales, principalmente trigo duro y cebada. “Si no pasa nada, nos quedamos con el trigo duro. Vamos probando. Hacemos toda la parte experimental, pero cultivamos además forraje, guisante y veza” me explica Esther.
Sacamos el tema de la mujer en la agricultura. Recuerdo que nos encontrábamos entonces bajo los ladrillos marcados de la bodega antigua. Una flecha y el nombre de “Vicente” hendido en uno de los ladrillos sobre nuestras cabezas. “Hay muy pocos referentes de mujeres agricultoras. Estamos muy pocas y las que estamos, tenemos tanta faena, que no podemos pararnos a explicar” Nos planteamos las dificultades reales del acceso de la mujer al campo. Las agricultoras sin serlo, nombres de mujeres de familia utilizados para no penalizar a los que concentran tierras, el problema de l@s “sin tierras” que no pueden acceder a ayudas a la agricultura…quizá aquí todavía queda mucho por hacer. “Las mujeres tenemos hueco en la diversificación, que es meterse en líos. En la búsqueda de valor añadido, que sigue siendo: meterse en líos”. Sonríe, pero lo hace desde la experiencia de saber de lo que habla, de las dificultades y trabas que entraña salirse de los monocultivos intensivos.
Cada jueves alterno tienen un puesto en el mercado agroecológico de Huesca. Su venta es directa. Sus clientes, amigos o fieles contactos que valoran este tipo de producción sostenible. Están presentes en algún comercio de proximidad, en viviendas de turismo rural que comparten esa forma de entender la vida y en sus redes sociales @casapaulecológico donde los encontraréis mostrando pinceladas de su realidad rural, agrícola y agroalimentaria. Siempre en ecológico, por supuesto.