CON LA SALMUERA EN LAS VENAS

CON LA SALMUERA EN LAS VENAS

Dice Concha que en el momento en que la salmuera se mete en las venas ya no sale. Desde muy pequeñas estas dos hermanas, Concha y Antonia Molina, han tenido muy claro aquello a lo que iban a ocuparse de mayores. Ellas ansiaban, y no poco, ser agricultoras y cultivar sus propias tierras con el legado (de tierras y modo de proceder) que su padre les dejó en su pueblo natal, Caspe.

Desde el día que las conocí me parecieron un ejemplo que compartir con los jóvenes y las mujeres, principalmente con las mujeres, de cómo la tierra puede ofrecer un modo de vida laborioso, pero no menos gratificante para cualquier persona que decida quedarse en las zonas rurales. Un trabajo, que al margen de los tópicos, muestra uno de los resultados más perfecto que cualquier otro pueda ofrecer, pues no hay industria que fabrique piezas tan únicas como los frutos de la naturaleza, ni departamento de diseño y marketing que imagine jamás la perfección que ofrece cada una de las cosechas. Ellas son sus propias jefas, aunque el clima siempre tiene la última palabra y el mercado también opina lo suyo. No obstante, jamás sentí que el trabajo les achicara ni una brizna el ánimo y la pasión por lo que hacen.

 

 

Desde pequeñas anhelaban convertirse en lo que hoy son: agricultoras que cultivan sus propias tierras. Su padre, dudoso de que este fuera un buen futuro para ellas, les animó a estudiar. Concha accedió. Eligió la carrera más asequible y que poder culminar con éxito para satisfacer los deseos de su padre, al tiempo que no cejaba en alentar los suyos. Aprobaba cada curso en junio, con el único fin de tener el verano libre y poder participar de las tareas del campo. Consiguió su título universitario y se lo entregó a su padre. Ella había cumplido satisfaciendo sus deseos; ahora le tocaba a él compartir con ella, con ambas, el proyecto de futuro que habían ideado: seguir con la empresa familiar.

Este legado familiar tuvo su punto de inflexión en 1950, cuando el padre de Antonia y Concha, en vistas de la importancia y aceptación que tenía la oliva de mesa en Caspe, vislumbró una oportunidad de negocio en la elaboración de encurtidos y marchó a Navarra a aprender las técnicas más tradicionales. En 1954 comienza la actividad transformadora en encurtidos de la empresa y desde entonces ha aumentado notablemente la gama de sus productos, gracias al impulso de estas dos hermanas que no cesan de innovar.

Su explotación es de 30ha. y están dedicadas a olivar, frutales, hortalizas, almendra y cereal. Se trata de una producción agrícola con cosechas escalonadas, que les permiten poder hacer frente a todas ellas, aunque en muchas ocasiones, con poco descanso y grandes madrugones. El producto que más peso tiene en esta empresa son sus olivas, de cuyas 6ha. de olivar, la producción que obtienen es de 500 kg de oliva caspe y 10.000 kg de la variedad empeltre. El proceso de aderezo comienza triando la cosecha en almacén, es decir, limpiando las olivas de piedras, hojas y frutos rotos, que en la fermentación podrían ser un riesgo, algo diferente a como trabajan en las grandes industrias, donde esta selección y limpieza de agentes externos se hace pasado el tiempo de fermentación, teniendo que añadir productos ¿químicos? que los neutralicen y no afecten al sabor final. El trabajo manual y cuidado y el tiempo de dedicación y espera es lo que garantiza la calidad de los productos y el valor fuerte de los pequeños productores, por eso, Encurtidos Molina respeta los tiempos y deja en salmuera (agua y sal) sus olivas durante doce meses de fermentación, que le aseguran, una vez transcurrido este tiempo, que en bote no produzcan ninguna alteración ni tengan que añadirles ningún producto estabilizador.

Sus olivas tienen un toque especial, pero en este caso, os recomiendo que probéis las olivas con tomate seco de Caspe. Un tributo a otro de los productos más importantes de este municipio. Las olivas han sido aderezadas con un preparado a base de tomate seco triturado, orégano, ajo, pimentón y aceite de oliva que las hacen muy agradables. Si os digo la verdad, he tardado más de la cuenta en la preparación de esta entrada y el bote no ha esperado a la foto. Desaparecieron.

La fisonomía de la oliva empeltre, alargada y delgada, dificulta el deshuesado mecánico, por lo que los derivados de esta oliva han de hacerse con un previo deshuesado manual, lo que significa una a una. Oliva a oliva. Imagino que por ello, la máquina deshuesadora no sólo ocupa un lugar especial en sus instalaciones, sino que la propia luz tenue que caía sobre ella en mi visita la convertía casi, casi en un objeto de culto.

Una de esas 30ha las dedican al cultivo de guindilla. En total cosechan unos 60.000 kg en varias tandas de recogida, comenzando en junio y finalizando, con la cosecha fuerte, en el mes de septiembre. Las guindillas, tras ser triadas, pasan a unos grandes bidones donde permanecerán 3 meses con vinagre de vino transparente, procedente de Logroño y del Penedés. Durante los 15 primeros días deben de ser vigiladas a diario para añadirles el vinagre que van absorbiendo. Una vez superada la quincena, se estabilizan y ya no requieren de más vinagre, pero sí de una atención constante y de los permanentes controles a los que someten toda la producción: ph., acidificación y salmuera.

Desde hace un tiempo se encargan de recolectar, fermentar y embotar alcaparras silvestres. Un trabajo muy laborioso y con rendimientos bajos, sobretodo la recogida de las más pequeñas, que son, por su delicadeza, las más valoradas, pero las más difíciles de conseguir. Las alcaparras son botones florales, o flores antes de abrir, de pequeños arbustos y fueron el alimento que permitió a su abuela Martirio poder alimentar a sus hijos en años de posguerra. Años más tarde, esa necesidad perentoria del pasado ayudaría también a las hermanas Molina a incrementar la gama de sus productos de la mano de su abuela, que les enseñó el modo de recolectarlas. La alcaparra precisa de entre 5 a 6 meses de fermentación en agua y sal y en los que han de evitar el contacto con el oxígeno para que no se estropeen. Su producción es muy reducida, unos 10kg de la alcaparra de menor tamaño (5-7 mm), que es vendida por completo a Martín Berasategui.

Entre los productos más curiosos, por lo desconocido, aunque llegaron de América hace ya unos siglos junto con la patata, se encuentra la turma. Se trata de un tubérculo, fruto de una mala hierba, con mayor aceptación en Francia que en España, pero muy arraigado en la zona del Bajo Aragón, de textura dura y fibrosa, que se toma como encurtido.

La gama de encurtidos es amplia. Cebolletas, con vinagres blancos o de Módena, pepinillos, banderillas, etc. Todos caracterizados por la simplicidad de los ingredientes y en los que el vinagre impera como único elemento natural estabilizador y conservante.

Deshuesadas las olivas, elaboran paté, mermelada o, lo que para mí sería el producto más especial de toda su gama, los bombones de oliva empeltre. Olivas deshuesadas recubiertas con un chocolate, 60% de cacao, que combina en una magia de sabores con la oliva y ofrecen un retrogusto prolongado de esa conjunción de la oliva dulce y el amargor de chocolate. Una delicia.

Y después de todo este recorrido os propongo, para finalizar, un bocata con uno de los productos Molina. Se trata de un bocadillo de ternera con aros de cebolla fritos (pasados por la sartén con poco aceite, sin que se doren del todo y se rindan en una consistencia blanda y pusilánime, dejadlos mejor algo tersos) hojas tiernas de espinaca y la clave, y os aseguro que es la clave, paté de guindilla untado en el pan, ligeramente tostado. La cantidad del paté depende del gusto del comensal por el picante. Con un poco es suficiente para dar sabor y hacer de ese bocadillo: EL BOCADILLO.

 

A LA HIJA DE LOS RAYOS Y LOS TRUENOS DEL VERANO

Tan antigua y tan desconocida para los españoles. La trufa, ese hongo subterráneo que crece de diciembre a marzo, ha mantenido desde la antigüedad hasta nuestros días un hecho común, la consideración de ser un producto exquisito, de lujo y muy poco accesible por el precio y el desconocimiento de la gran mayoría.

 

Hace muy pocas décadas que podemos hablar de la España de la modernidad y del aparente bienestar, por ello, no es difícil entender que a algunas de sus zonas truferas por naturaleza, como es el caso de zonas de Aragón como Gudar Javalambre, que cuenta con 6.500 ha dedicadas a la trufa y donde destaca el municipio de Sarrión; la zona del Moncayo o a Graus, llegaran franceses a recoger ese preciado producto culinario sin que en las despensas de las casas de estos lugares, ni en las recetas de las madres y abuelas, existiera mención alguna a la trufa. Más falta les haría tener patatas con las que saciar el hambre, que trufa con la que adornar la nada.

 

Otros llegaron a buscar la preciada trufa y de ellos aprendieron que debajo de las encinas o carracas, en un espacio denominado «quemado» que cubre un diámetro de más de un metro alrededor del árbol, ahí debajo, donde escarbaban los jabalíes o los conejos, había pequeños hongos con un olor característico que otros, fuera de España, apreciaban y pagaban bien.

 

La cultura de la trufa generó muchos cambios en algunas de estas zonas rurales. El negocio se regularizó, consiguió asentar población y se controló su cultivo a través de la plantación de ejemplares de carrasca a los que se les inoculaba el hongo, que años después, de 10 a 15, ofrecería las preciadas trufas. En la actualidad algunas de estas zonas están en trámites de conseguir irrigar los terrenos de cultivo, con lo que se obtendrán trufas más grandes y lobulosas. Y de la que fuera la gran desconocida en un pasado reciente, hoy España ofrece el 40% de la trufa que se consume a nivel mundial, correspondiendo el 30% a Aragón.

Llegados a este punto me es difícil no plantear la pregunta de: ¿son mejores las trufas de cultivo o las trufas silvestres?

Estos días atrás he hablado con unos y con otros. Los que tienen trufa de cultivo defienden la falta de diferencias entre ambas; los que recogen las trufas silvestres, se deshacen en halagos sobre el intenso aroma y defienden éste, junto a la irregularidad de su forma, como marcas de garantía.

Lo único que me quedó claro es que queda mucho por aclarar, que existen empresas con registros sanitarios que cumplen minuciosos procesos de trazabilidad de la trufa, de un producto cuyo origen es silvestre, que emite un fuerte olor para salvaguardar su existencia, porque es el modo de ser reconocida y encontrada por los animales que han de comérsela y gracias a ellos conseguirá expandirse por el monte a través de sus deposiciones. Cuesta entender que estas características tan naturales, tan marcadas, no se suavicen en la plantación de cultivo, en el aporte de agua artificial…, sin embargo, es gratificante comprobar cómo a través de un producto de estas características se han conseguido desarrollar espacios rurales, fijar población que ha encontrado en la trufa su medio de vida, jóvenes que enfocan sus estudios hacia la ingeniería agrónoma porque por fin el campo les da una oportunidad de ganarse la vida, o mujeres que desarrollan interesantes proyectos de cultivo y producción de derivados de la trufa como es el caso de Manjares de la tierra en Sarrión.

 

A la trufa la llaman la hija de los rayos y los truenos del verano, porque de la lluvia de época estival dependerán la cantidad y calidad de trufas del invierno. Junto a la sequía, otro de los grandes peligros son las heladas. Por ello, estas empresas especializadas, una vez limpias y secas las trufas, les realizan una cata o pequeño corte a cada una de ellas para asegurarse que están en perfectas condiciones. Una trufa helada tendrá su interior completamente negro, sin esas líneas blancas tan características, que son los conductos por los que emite el aroma al exterior.
Con respecto a la variedad de las trufas, hay muchas. Y, a la hora de decidir la mejor, pues lo de siempre, si se lo preguntáis a un italiano os dirá que la trufa blanca (tuber magnatum), pero todos conocemos la afición de los italianos por vender lo suyo y lo que no es suyo como suyo de la manera más persuasiva y engalanada posible… y si lo preguntáis a productores de zonas importantes de aquí os dirán que, sin duda, la mejor o, dejémoslo en la más destacada, es la tuber melanosporum.

 

Hoy en día es sencillo conseguir una trufa, Internet y las tiendas on line nos abren muchas posibilidades, pero también puedes acercarte a una zona productora en época de recolección y llevarte un ejemplar a partir de unos 15€ con el que podrás hacer muchos platos. Olvídate de la trufa en bote del super, esa que ronda los 3€, que no sabe a nada, que ni siquiera suele identificar la variedad en el tarro y que es lo mismo que comprar un trozo de corcho tintado. Antes de tirar el dinero en ello, sal del super, entra en un bar, y gástate los 3€ en una buena copa de vino. Aroma por aroma.

 

Como hay que darle un trato de solemnidad a este artículo, le he pedido a Ramcés González, chef de uno de los restaurantes de moda de Zaragoza, Cancook Gastro (Calle Moneva, 6) que me preparara un plato con trufa para compartirlo con vosotros.
                  
Ramcés ha elegido para este blog el plato: Borrajas con pil-pil de ajo tostado, cigala confitada y trufa. Espectacular!!!
Podría describiros la receta, la ha realizado delante de mí, pero me ha parecido tan exquisita que sería un insulto para el maestro cocinero cambiar la experiencia de degustarla por cuatro palabras babeantes, cuando lo mejor que podéis hacer es acercaros a Cancook y disfrutadla!

 

 

JAMONES CENTELLES, UN JAMÓN CON MUCHOS AIRES.

El secadero de jamones Alejandro Centelles se encuentra en uno de los pueblos más hermosos y peculiares de Teruel, La Iglesuela del Cid. Su altitud de 1.227 metros garantiza que el proceso de secado de los jamones pueda hacerse de manera natural, como tradicionalmente se ha venido haciendo, con las ventanas abiertas y meses de paciencia que dan un producto único, un jamón que no tiene mejor hora para degustarlo que cualquiera en la que uno esté despierto.

Hago coincidir mi visita con una salada, es decir, el momento de salar los jamones que, escasas horas antes, llegaron al secadero. Procedían de una granja de Monroyo, Teruel. Cerdos sacrificados a los seis o siete meses y que alcanzaban unos 120kg.

Al no contar con cámaras, las saladas en este secadero natural tienen lugar entre los meses de noviembre a febrero, meses de frío en los que Alejandro, padre e hijo, pueden asegurarse que nada va a irrumpir su correcto proceso.

Patas y paletillas cuelgan en la antesala de las instalaciones donde tiene lugar la acción. El cuarto de operaciones cuenta hoy con una perfecta cadena de montaje, que sigue los pasos de la tradición, de décadas de buen hacer, de costumbres propias que han arrastrado al presente artilugios de antaño. Me refiero a una pequeña mesa de madera, con un orificio central por el que se introduce la pezuña del jamón y permite hacer fuerza para doblar la pata y facilitar que la sangre de las venas sea expulsada con mayor facilidad.

Esto sucede en el siguiente paso de esta cadena, donde lo que no hay es fuerza mecánica, sino manos, manos que vacían de sangre las venas. Entre caricias y masaje. Me dicen que esto no es lo habitual, que en la mayoría de las empresas las máquinas sustituyen estos procesos. Yo me pregunto (con una buena dosis de romanticismo) si será igual un jamón que otro, el que ha sentido el calor de unas manos, la presión y el masaje o el otro, el de la máquina…

Desengrasada la pata, se apila junto con el resto. 400 futuros jamones. Sorprende la escasa sal que les añaden. Así permanecerán seis días. Al séptimo, les darán la vuelta y los dejarán otros seis días reposar. Sal, doce días y 1/20 parte del nitrificante permitido, que abrirá las fibras del jamón para facilitar la salazón en el interior.

Una vez superado este paso, cambian la posición horizontal por más de año y medio en una verticalidad milagrosa, donde se producen los cambios internos: se reduce la cantidad de grasa de las piezas de carne y aumentan las proteínas en un proceso mucho más complejo y propio de ser explicado por expertos.

Quizá en un tiempo conozcamos el secreto de estos jamones, aquello que esconde o le aporta el secado al aire, darle el tiempo que necesite, sin premura, gracias al convenio de investigación firmado entre la Asociación de secaderos al natural de Teruel, a la que pertenece Jamones Centelles, y la Universidad de Valencia. Mientras tanto, degústenlo sin remilgos.

Les propongo que lo coman como lo hacían los jornaleros en el campo, como se ha hecho antes de la moda del filete transparente. Pídanle a Alejandro que les corte filetes para hacer taquitos, y si les pregunta el grosor, por un dedo de anchura irá bien. No deconstruyan el filete en porciones minúsculas, córtenlo a tiras y dejen, simplemente, que se les llene boca.

Por cierto, el jamón sabe mejor acompañado de un buen pan.