Imagino que por normal general la primera impresión que te llevas de Nepal cuando el avión aterriza y recorres en taxi las calles de Katmandú hasta el hotel se va a imprimir en la memoria como una foto fija, con la que comparar nuevas percepciones que vendrán en la estancia y aprender de uno mismo la reacción al contraste. La mía fue de asombro y desconcierto. El tráfico, motos y coches, bicis, personas atravesando la vía huérfana de semáforos de una ciudad superpoblada. Gente por todos los sitios, gente en la calle, el mundo entero en las calles asfaltadas o sin asfaltar, las que más, las calles con socavones, baches, hendiduras, fruto del terremoto de 2015 y de la situación de este país, rico en humanidad, complacencia y generosidad hacia los que allí nos desplazamos, pero pobre en bienestar social y comodidades, entre otras muchas cosas.
Los tubos de escape y el polvo de las calles sin asfaltar unido a la sequía, que se resarcirá muy pronto con las lluvías del monzón, obliga a muchos nepalíes y turistas a usar mascarilla diariamente con la que librarse de la nube de polvo que cubre Katmandú y alrededores.
Y tras adaptarte a esto, abandonar la maleta en el hotel, no hay nada mejor que echar los pies al suelo y aventurarse con la mente abierta y sin prejuicios a recorrer las calles de esta ciudad en pleno movimiento. El primer color que me sugirió Katmandú desde el taxi al hotel fue el marrón del polvo y el gris azulado del humo de los tubos de escape. Luego, en la calle, mi retina se llenó de colores: el amarillo de las vestimentas de los yoguis, el rojo de los vestidos de muchas mujeres, de las manchas con las que tintan a sus dioses por doquier, el naranja de las flores con las que elaboran las guirnaldas de las ofrendas y rituales, los azules de las telas que cuelgan en las tiendas, el verde de los ficus, el árbol de buda, el azul de algunas puertas, puertas de pequeño tamaño, el multicolor de los puestos de verduras, frutas, especias, telas, dulces o frutos secos que salpican cualquier rincón de la ciudad, el blanco de sus dientes cuando sonríen y del luto, allí es el blanco, cuando muere un familiar.
Gastronómicamente, este país está marcado por una economía de subsistencia que transmiten sus platos más tradicionales. El dal bhat conforma el plato principal de la alimentación nepalí y es una fuente importante de hidratos de carbono. El ingrediente base de este plato es el arroz, que vendría a ocupar el lugar que le damos en los países occidentales al pan. En torno al arroz se distribuyen elaboraciones variadas de verduras cocidas con especias o frescas; pollo guisado, tortilla, caldo a base de lentejas y otros ingredientes que se vierte directamente en el arroz…un conjunto de elaboraciones cual “plato combinado” y único, que ofrece los aportes de nutrientes necesarios para afrontar un día de trabajo en el campo.
Cada familia lo hace a su manera y varían los acompañamientos, pero todos incluyen el picante, como la mayoría de comidas en este país, por supuesto, el arroz y la manera de comerlo, que es con la mano derecha.
El arroz es el alimento base de la comida nepalí. Existen zonas en las que pueden tener dos cosechas, que siembran a finales de marzo y recolectan en junio y vuelven a sembrar entonces, recolectando la segunda cosecha en septiembre.
El campo se distribuye en pequeñas parcelas que pertenecen a familias y juntas laborean. Ellos, arando con los bueyes la tierra, repartiendo el fango de los campos, abonando. Ellas, haciendo pequeños manojos de simiente que luego siembran descalzas y con las piernas flexionadas, vigilando las sanguijuelas que se agarran a su piel y a sus hijos pequeños, que todavía no están escolarizados y que han de llevarse consigo al campo.
Antiguamente, en las zonas de Nepal donde el cultivo del arroz no era posible, se elaboraba el Dhido, cuyo elemento principal es una masa a base de harina de mijo y se le acompaña con lentejas, verduras, guiso de carnero, pan de lentejas, patatas, yogurt…
Nepal es un país con un índice de población muy elevado, con más de 200 personas por kilómetro cuadrado, mientras en España contamos con un índice de 92 personas por Km2. Durante el día, las calles de su capital, Katmandú, están repletas de pequeños comercios, que aprovechan los bajos de las casas; personas que venden sus productos cargados en una gran cesta de su bicicleta o simplemente, personas que se acomodan en las aceras o en el suelo con sus cestas o extendiendo sobre una tela una variedad de verduras, flores u objetos de todo tipo.
Uno de los contrastes más significativos que podemos ver en Nepal con respecto a nuestro ordenado, pulcro y excesivamente reglado país lo encontramos en las pescaderías y carnicerías. Carentes de neveras, es en la noche cuando más puestos de carne abren sus puertas, evitando el calor de las horas centrales del día. En improvisados mostradores que sobresalen a la calle, se ofrece una pequeña cantidad y variedad de carne para la venta: piezas de carne de buey, pollos y alguna pata de cordero, las menos. Con respecto a los pescados, son de río, pescados grandes, que pueden verse vivos en algunos de estos puestos.
El pescado seco es una de las opciones que la falta de refrigeración obliga para conservarlo y facilitar su consumo en cualquier época del año. No es difícil toparse con puestos de pescado seco que se anuncian con un fuerte olor unos metros antes de alcanzar a verlos.
Entre los puestos de comida destacan los de dulces. Repostería elaborada con ingredientes básicos como harina de trigo, maíz o de arroz, agua, azúcar, miel o almíbar.
Los niños tienen una chuchería que tiene el poder de hacerles salivar incluso cuando la ven en foto. Su nombre en nepalí es ‘titourra’ y su característica es que pica muchísimo. Coincidí en el autobus con varios niños comiendo estos dulces y todos se relamían y hacían ruido con la boca aspirando para sentir alivio, pero no dejaban de comer enganchados a pequeñas bolsas de las que sacaban trocitos con la mano.
Otro de los platos más importantes de la cocina nepalí actual son los momos. Aunque su origen procede del Tibet, Nepal los han asimilado como propios y no hay establecimiento de comidas que no los preparen. Con pollo o verduras aderezadas con especias como momo masala, esta especie de gyozas o empanadillas, cocidas al vapor, pueden degustarse en platos de 8 unidades por poco más de 1€ .
Mi estancia allí me permitió disfrutar de un cocinado de momos en una casa nepalí, en el centro de Katmandú. Sentados en el suelo, me enseñaron el modo de rellenar las obleas de masa recién estiradas y también que no hay problema en ir comiendo momos al tiempo que vas haciendo unos y salen listos de la olla al vapor otros; que si comes y haces y comes, puedes alcanzar el estado: Oh, no me puedo levantar!
Los naan son otra de las opciones para comer en Nepal. Se trata de bolas de masa de harina en reposo que se disponen para ser rellenas como si fueran momos de tamaño más grande y luego se zarandean y aplastan hasta alcanzar la forma de unos crepes para introducirlos, con ayuda de una piedra, en un horno vertical a cocer, adheridas a sus paredes. Probamos los naan de queso y pollo, que resultaron picantes como el infierno, y chapati roti, una tortita sin más que nos ayudó a aliviar el picante de las otras.
Katmandú es una mezcla de colores. Es la ciudad del movimiento, la ciudad que despierta por la mañana con el trajín de gente danzando todos juntos, ninguno en la misma dirección. Nepal enseña que compramos de más, que tratamos menos, que miramos más al móvil y menos a los ojos. Que vamos deprisa siempre. La mayoría de las veces a ninguna parte con sentido.
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